Quizá es algo que no te esperabas, pero el primer coche que rompió la barrera de los 100 km/h se llamaba «La Jamais Contente» y marcó un hito en la historia de la humanidad y el automóvil el 29 de abril en 1899 en Achères, cerca de París.
La Jamás Contenta -en español- fue una máquina pionera y qué curioso nos parece que fuese eléctrica, pues pese a que este hito lo consiguió un vehículo «a pilas», una y otra vez hemos visto cómo se han olvidado a coches eléctricos y pioneros a lo largo de la historia, como es el caso del EV1 de General Motors, que fue destruido por sus propios creadores, del que también hablamos en Gasari.
«La Jamais Contente» era un vehículo muy particular, tenía forma de torpedo y estaba fabricado con aleación ligera; la posición del piloto era bastante alta y prácticamente tenía medio cuerpo fuera, lo que le restaba bastante aerodinámica al automóvil.
¿Quién pilotaba?
Pues no era un piloto elegido al azar o alguien con grandes cualidades para la conducción, sino Camille Jenatzy, un belga que venía de una familia de ingenieros que habían decidido apostar por la fabricación de ruedas con neumáticos de caucho que rodeaban a una base de madera.
De hecho, Camille era un visionario que siempre decía que la electricidad sería el pilar fundamental de la conducción del futuro, y pese a muchos altibajos en la historia, acertó.
Muchos fueron los vehículos que diseño el joven belga, incluyendo camiones y carruajes, pero estaba realmente ciego por llegar a conseguir el récord de conducir el coche más rápido del mundo hasta la fecha, por lo que se alió con el fabricante de carros Rothschild para logar esta hazaña.
Así nació entonces «La Jamais Contente» o también conocido como «El diablo rojo» por los numerosos detalles que tenía en ese fuerte color. Pesaba tan solo 1.450 kg y medía 3,80 metros de largo, 1,56 de ancho y 1,40 de alto.
El torpedo eléctrico estaba equipado en su parte posterior con dos motores eléctricos «Postel-Vinay» que daban una potencia total de 67 CV, y que estaban alimentados por baterías de acumulador Fulmen de 25 kW cada una.
Las suspensiones delanteras funcionaban por resortes semielípticos simples, las traseras por dobles, y la dirección se accionaba mediante una palanca, al igual que sus frenos de tambor.
¿A quién quería superar?
Como todos sabemos, cuando alguien se propone alcanzar tal objetivo con tanta dedicación es por una cuestión personal.
Camille tenía un gran competidor en el mercado de los coches eléctricos en París, un famoso conde y aristócrata francés llamado Gaston de Chasseloup, con el que continuamente se disputaba la hazaña de conseguir crear el coche más veloz.
De hecho, se hizo muy famoso por establecer el primer récord de velocidad reconocido oficialmente con un automóvil, que fue de 66,65 km/h. Con su coche, que tenía el nombre de «Jentaud», disputó numerosos duelos con nuestro protagonista, hasta que alcanzó la cifra de 92,7 km/h.
Durante dos meses, estos dos grandes se disputaban su honor carrera tras carrera, hasta que «La Jamais Contente» consiguió fijar su velocidad máxima en 105 km/h y el conde se dio por vencido.
¿Qué pasó después?
El diablo rojo mantuvo su récord durante tres años, hasta que en 1902 fue superado por pionero León Serpollet, el constructor del primer vehículo de carretera fabricado industrialmente con motor de vapor. Aún así, Camille Jenatzy centró toda su vida en el propósito de ir cada más rápido y batió un nuevo récord al año siguiente a manos de un Mercedes en la Gordon Bennet Cup en Anthy, Irlanda.
Este mítico coche eléctrico se encuentra en en el Museo el automóvil de Compiègne, situado en la región de Hauts, en Francia.
Jenatzy murió 11 años después por un accidente de caza. Se escondió detrás de unos arbustos para bromear con sus amigos imitando ruidos de animales, y su amigo Alfred Madoux le disparó pensando que era realmente un animal salvaje.
«La Jamais Contente», el coche artesanal que rompió la barrera de los 100 km/h, tuvo una vida intensa y sembró la semilla de una era de culto a la velocidad, culminando en la actualidad, donde los fabricantes de superdeportivos se disputan alcanzar los 500 km/h. Actualmente el coche matriculable más rápido del mundo es el Koenigsegg Jesko Absolut, que alcanzó los 531 km/h; está equipado con un motor V8 turboalimentado.